martes, 12 de marzo de 2013

Patrick

Habíamos quedado en una cafetería cercana a mi casa. No quería correr riesgos porque no nos habíamos visto nunca.
Sólo habíamos chateado. Me encantaba estar en casa sola y estar delante del ordenador hablando de temas varios con desconocidos. No tenía que ponerme guapa ni arreglarme para una cita virtual.
Quedábamos a las diez de la noche, después de cenar y eran mis momentos preferidos para desconectar del mundo exterior. No había responsabilidades ni cargas de ningún tipo; sólo había él y yo.
Después de unas cuantas conversaciones por el chat, ya sabía cómo era el chico. Si no me interesaba, no hablaba más con él; lo eliminaba de la lista de contactos, así de sencillo.
Pero cuando me gustaba uno, intercambiábamos teléfonos y oía su voz para cerciorarme que no era un desconocido; quizás había visto demasiadas películas y series.
Cuando estaba segura que no era un peligro, para la primera cita quedaba en un sitio concurrido y conocido. Siempre tomaba algo con él, y con una hora de conversación ya sabía si quería volverlo a ver o no. Antes de quedar con ellos, les pedía una foto para ver su aspecto físico.
Así que cuando me preparé para conocer a Patrick; después de haber hablado con él varias veces y pensando que sería como los otros, me llevé una grata sorpresa.
Entré en la cafetería, vestida informal, moderna, y cuando lo vi sentado leyendo el periódico, mi corazón empezó a latir muy deprisa. La foto que me había enviado no le hacía justicia. Era alto, un metro ochenta y cinco, su pelo estaba recogido en una coleta con algunos mechones sueltos. Tenía una mirada misteriosa, sus ojos oscuros me recorrieron con apreciación. En seguida vi que le gustaba mi aspecto. El suyo era enigmático; pantalones negros, camiseta ajustada que te dejaba adivinar los pectorales y abdominales formidables que escondían, finalmente unas botas de vaquero.
Se levantó y me dio dos besos fugaces en las mejillas. Me ayudó a quitarme la chaqueta como un perfecto caballero y nos sentamos. Pedimos dos cafés y empezamos a hablar. Era como si nos conociésemos de toda la vida porque habíamos compartido horas y experiencias. La única diferencia es que en ese momento nos mirábamos los ojos y en seguida vimos que la química surgía a medida que estábamos juntos.
Después de dos horas, me invitó a cenar a un restaurante italiano de la zona. Sabía que mi comida preferida era la pasta.  Para postre comí un tiramisú que me llevó directa al cielo de los deseos.
Luego, paseamos por las calles del casco antiguo de mi ciudad. No hacían falta las palabras. Me cogía por la cintura, un pequeño roce de sus nudillos con mi mejilla, o un beso en mi mano; sentía que me derretía con sus caricias suaves y eran irresistibles para mis sentidos ya completamente inquietos.
Noté su deseo latente y nos cruzamos las miradas para saber que pensábamos lo mismo. En el centro histórico había un hotel con encanto para turistas ávidos de visitar una ciudad medieval.
Fue nuestro destino. Pagó una suite espléndida, con unas vistas al río; cuando me detuve a contemplar las aguas transparentes con la imagen de la luz de la luna en el cielo estrellado, ya estaba completamente excitada.
Estaba de espaldas a él, creía que estaba preparando unas copas. De repente, sentí sus brazos rodeándome con ellos. Me apoyé en su pecho y mis dedos se movían solos en sus bíceps y sus manos. Bailábamos la danza del deseo. Me volvió a él y me besó. Primero suavemente, me entreabrió los labios, su lengua hacía tentativas para entrar en mi boca. Nuestras lenguas se enroscaron y el beso se volvió apasionado. Nuestras bocas se devoraban por el deseo. Me abrazó posesivamente  y me dijo en el oído: “nunca he deseado tanto a una mujer”.
Me quedé quieta, mientras me levantaba como si fuese una pluma. Me dejó en la cama estirada; se acercó y empezó a lamerme el lóbulo de la oreja, su lengua se deslizó hasta el cuello. Me estremecí de placer. Sus dedos recorrieron mi escote y a la vez bajó la cremallera del lado del vestido. Todo lo hacía lentamente, como si fuese un precioso tesoro por descubrir. Vio el sujetador de encaje y sus dedos recorrieron mi pecho.
No pude aguantar más la tentación de tocar sus músculos por debajo de la camiseta. En seguida se la quitó para que tuviera más acceso a su piel. Estaba bronceado, reseguí su vello oscuro hasta la cintura; le bajé la cremallera de los pantalones para tocarlo íntimamente. Estaba realmente excitado. No pudo aguantar más mis caricias y de golpe se quitó toda la ropa. Lo tenía desnudo encima de mí. Mientras me besaba, sus manos me acariciaban los muslos y la entrepierna. Me dijo “veo que ya estás mojada”. No sabía ni como había quedado desnuda ante él. Su miembro tanteó la entrada y oí que me decía “eres tan deliciosamente estrecha que deseo llenarte para que veas las estrellas”.
En ese momento, sonó un pitido extraño. Patrick se quedó quieto y me dijo “es mi busca, tengo que llamar a la central”. Se levantó, llamó por teléfono, resulta que había una emergencia y él tenía que irse. Así que nos despedimos y quedamos que nos llamaríamos.
Nunca me llamó ni yo a él.

viernes, 8 de marzo de 2013

Sara

Recuerdo mis primeros inicios en el salón de belleza de mi madre. Cuando me saqué el graduado escolar, el mismo verano, empecé a ayudar en el negocio familiar.
Becky, mi madre, había sido una espectacular joven y bella del sur de Inglaterra. Había participado en varios concursos como modelo para principiantes en varias localidades cercanas a nuestra ciudad. Desde que era jovencita, le había encantado maquillarse, arreglarse el pelo y cuidar su apariencia física. Además tenía una habilidad innata en recomendar un color de lápiz de labios o una sombra de ojos a cualquier amiga. Se sacó el título para ejercer y montó su propio negocio de peluquería y estética. Tenía un don de gentes y una simpatía para tratar a todas las mujeres como si fueran especiales y les daba consejos para sacar el máximo partido a sí mismas.
Admiraba a mi madre por lo que había conseguido; era optimista por naturaleza y nunca se rendía, aunque tuviera problemas. Montar el negocio no había sido una tarea fácil para una madre soltera como ella, ya que estábamos las dos solas.
Mi padre nos había abandonado cuando tenía cinco años. Empezaba un trabajo y no duraba ni dos meses. Trabajó de camarero, de vigilante, de ayudante de mantenimiento, de conserje; sin embargo, no mantuvo ninguno de estos trabajos más de unos meses. Se sentía resentido porque mamá había triunfado en su negocio y en su proyecto. Quizás pensaba que era un fracasado y que nunca llegaría a igualar los logros de mi madre. Este sentimiento de inferioridad era un obstáculo en su relación porque ella hizo lo que pudo por salvar su matrimonio y para que él estuviera a gusto y cómodo, sin embargo no lo consiguió.
Vivíamos en Barry; mi madre aún reside allí. Es una localidad cercana a Cardiff, la capital de Gales. Siempre ha tenido un interés turístico por su playa, además también tiene un clima suave y temperado en invierno, buscado por innumerables familias para pasar un fin de semana alejados del frío y del mundanal ruido de la gran ciudad, consiguen relajarse y obtienen una tranquilidad apacible en un ambiente rural.
Mientras trabajaba en el salón de belleza, estudiaba el curso de formación profesional para sacarme el título. En la academia, practiqué como depilar, maquillar, hacer una limpieza de cutis, manicura, pedicura y masajes. Lo que me gustaba más era hacer masajes. Me encantaba tocar la piel, esculpirla con aceites y cremas, relajar los músculos, sentir como todo el cuerpo se iba distendiendo con los movimientos circulares de mis manos o con la presión de los dedos en los sitios más tensos.
El salón de belleza era sólo para mujeres, así que practicaba todos los pasos a seguir con ellas. Me decían que tenía manos de ángel, porque sabía cuándo presionar y en qué lugar tenía que aflojar el ritmo de la presión de las manos o de los dedos.
Un día que me tocaba estar en recepción para tomar nota de los mensajes y para acordar citas por teléfono, se presentó un chico de unos dieciocho años; tenía el pelo castaño claro con un mechón más rubio en la frente y unos ojos color avellana perspicaces, no se le escapaba nada a su mirada. Me preguntó si ofertábamos masajes a hombres; yo le dije que el salón era exclusivo para el sector femenino y que en principio no era unisex. En ese momento, pensé que sería una buena oportunidad para practicar con el cuerpo de un hombre, ya que me imaginé que los músculos, las curvas, la forma, la piel no eran lo mismo. Así que le di hora para el sábado siguiente por la tarde.
Llegó el fin de semana y estaba impaciente por hacer el masaje y aprender más del cuerpo humano. El chico se llamaba James y me recordaba a Justin Bieber; con ese aspecto inocente e ingenuo que aparentaba. Cuando llegó, le acompañé a la cabina y lo dejé solo para que se preparara.
Cuando entré, me encontré con una sorpresa, porque James yacía estirado en la camilla, con sólo una toalla encima y en mi cabeza pensando que no llevaba nada debajo. Era un poco embarazosa la situación, pero pensé que tenía que hacer lo que hiciese falta para practicar con el cuerpo de un hombre. Así que me limité a pensar que era sólo un trabajo, aunque James era muy atractivo, con el cuerpo bronceado y jugoso. Estaba para comérselo.
Me embadurné las manos de aceite y en el preciso instante que estaba a punto de empezar, se oyeron unos golpecitos en la puerta. Se abrió, apareció una figura alta, elegante, con una mirada de sorpresa. Era mi prometido; entró y con sus ojos me confirmó que hubiera tenido que practicar con su cuerpo y no con el de un desconocido.
Continuará…

miércoles, 6 de marzo de 2013

Eva

Recordo el dia que em vaig fer la prova d’embaràs i va donar positiva.
Amb disset anys, era massa jove per tenir fills. Havia acabat d’aprovar la selectivitat amb bona nota per poder estudiar ADE; estava contentíssima.
Des de que era petita, havia tingut la vida planificada; estudiar, treballar, casar-me, tenir fills…Però, mai hagués pensat que un fet imprevist, faria trontollar-ho tot.
El meu amic especial es deia Toni i érem amics de tota la vida. Havíem estat veïns des de que érem petits, ens teníem molta confiança i ens ho explicàvem tot. Així que vam tenir relacions per provar i practicar. Vam prendre totes les precaucions; no obstant això, em vaig adonar que esperava un fill d’en Toni.
En vam parlar, i li vaig dir que jo el volia tenir. Els meus pares i els seus van posar el crit al cel. Al final van haver d’acceptar la meva decisió. No em vaig casar ni vaig anar a viure amb Toni. No volia que la criatura fos un lligam per una relació sense amor. La nostra relació estava basada en l’amistat i no havíem estat mai xicots.
Així que continuava vivint a casa dels pares i em vaig matricular a l’UOC, per poder estudiar i treballar. Estava com a dependenta en una botiga de roba. M’encantava el tracte amb el públic i aconsellar quin era el model que a la clienta li quedava millor.
Vaig tenir en Marc, un nen preciós. Era l’amor de la meva vida. Va pesar 3 quilos 300 grams. La seva pell era fina i quan en Toni va venir a veure’l a la clínica, semblava que tingués por d’agafar-lo. No es feia la idea que havia estat pare; era lògic perquè ell estudiava enginyeria tècnica industrial, tenia els seus amics, fins i tot sortia amb noies, a més a més, la seva intenció era d’anar-se’n a Alemanya. Volia que en Toni fos lliure; apreciava massa la nostra relació especial per espatllar-la demanant-li que es quedés per mi i en Marc.
Els meus pares em van ajudar en tot el que van poder i més. Eren uns avis afectuosos i el mimaven molt. Quan anava al parc amb el meu fill, parlava amb altres mares i m’adonava que era diferent perquè no podia dir que el pare era el meu millor amic. No ho haguessin entès ja que vivia en una petita ciutat conservadora i provincial. Per aquesta tradicional societat, estava mal vist no tenir un home i estar sola amb el teu fill; a més no estava divorciada ni separada, però tampoc tenia un home que m’havia abandonat. En conclusió, no es podia explicar la veritable situació.
En Marc va anar creixent i jo continuava sola. La meva vida era la feina i el meu fill.
Quan vaig acabar els estudis i la mestressa de la botiga de roba es va jubilar, em va traspassar el negoci. Encantada de ser la meva pròpia cap; m’encarregava del gènere, de la comptabilitat i vaig haver de llogar una noia simpàtica perquè m’ajudés. Molts dels vestits que venia eren encarregats a fabriques italianes.
Cada any anava a la setmana italiana de la moda a Milà. És una ciutat fantàstica, digna de visitar amb els seus edificis moderns, de vidre , metall i és coneguda pels seus grans magatzems. Centre industrial, econòmic  a nivell internacional; també és un dels motors econòmics d’Europa.
A Milà vaig conèixer en Fabrizio. Fabricava la seva pròpia marca de roba: vestits elegants amb un toc d’informalitat, faldilles dissenyades per lluir unes cames boniques, texans còmodes…  Els seus dissenys estaven pensats per la dona d’avui en dia; treballadora, emprenedora, malabarista i la majoria de cops mare. Així que en Fabrizio utilitzava uns materials econòmics de bona qualitat per accedir a aquest públic femení. Ens vam entendre de seguida. Havia trobat el que buscava per la meva botiga i em va donar l’exclusiva de la seva marca.
En Fabrizio es va convertir en una persona de confiança en la meva vida. Era molt més gran i madur, expert en tots els temes. Estava divorciat, amb dos fills que vivien amb la seva ex dona. Teníem una relació a distancia. M’agradava tenir totes les parts de la meva vida controlades. Quan anava a Itàlia per feina, era com si fos una altra dona. Em convertia amb l’amant d’en Fabrizio. Em convidava a una copa de “lambrusco” amb un plat de pasta, o simplement passejàvem per la ciutat abraçats. Era tot el que havia somiat sempre en un home. Em feia oblidar les responsabilitats i càrregues; podia desconnectar de la vida rutinària. No obstant això, era conscient que la nostra relació era impossible.
Un dia en Marc em va preguntar qui era el seu pare. No vaig saber què dir-li. Amb en Toni no n’havíem parlat d’aquest tema. Feia temps que estava vivint a Alemanya i només venia per visitar els seus pares dos cops l’any.
Després de la pregunta transcendental del meu fill, vaig decidir visitar en Toni per prendre una decisió entre els dos del que li diríem en Marc.
Els pares d’en Toni van insistir que m’emportés en Marc a Munich. Vam agafar un vol de seguida per anar-lo a veure.
Quan estava davant la porta del seu edifici, em vaig quedar bloquejada. Li havia dit al meu fill que anàvem de viatge per visitar el meu millor amic. En Marc no sabia que tenia un amic íntim perquè no havia vist en Toni des de l’hospital.
En aquells moments tan delicats va sortir un noi de l’edifici, se’ns va quedar mirant a tots dos. Es va acostar al meu fill i li va dir “Hola Marc, sóc el teu pare i feia molt temps que us estava esperant a tu i a la teva mare”.

viernes, 1 de marzo de 2013

Marta

Treballo com administrativa en una empresa de productes ecològics en un petit poble interior, el qual no té mar ni muntanya; abans vivia a la gran ciutat amb la meva família, però quan em vaig casar, el meu marit i jo vam vendre els nostres respectius pisos i ens vam comprar un petit terreny en una urbanització molt bonica i ens vam construir la casa dels nostres somnis. Pensàvem que era la millor opció pels nostres futurs fills.
Ens havíem conegut en una sala de ball. Una amiga meva de tota la vida me’l va presentar i de seguida ens vam fer amics.
Ell era comercial; venia peces de recanvi de motos i cotxe. Es guanyava bé la vida i en aquells moments, jo estava a punt d’acabar els estudis d’empresarials. Vam festejar uns anys; li vaig presentar els meus pares i en Miquel els seus. Ens portàvem molt bé; els nostres caràcters eren semblants perquè aspiràvem tots dos a una vida senzilla i casolana.
Després d’uns anys de festeig, el següent pas va ser casar-nos i portar una vida exemplar; érem el típic matrimoni. Treballàvem, compartíem les tasques de la casa entre setmana, miràvem la tele abans d’anar a dormir…els caps de setmana sempre teníem dinars i sopars amb els amics o amb la família. Era una vida rutinària i monòtona, estava convençuda que era el que desitjàvem tots dos.
Portava un parell d’anys casada quan un dia vaig arribar a casa en una hora intempestiva. El meu horari sempre era igual; encara que aquell dia tenia migranya i vaig decidir plegar més aviat. En Miquel mai tenia un horari estable al ser comercial; hi havia dies que tenia més feina que altres.
Quan vaig entrar al garatge per aparcar el cotxe, hi havia el d’en Miquel. I vaig pensar que podríem aprofitar per preparar un sopar romàntic amb temps, ja que darrerament quasi ni ens veiem. Teníem moltes despeses, factures per pagar des de que vivíem a la casa nova. 
Després de deixar les claus, la jaqueta i descalçar-me en el rebedor, vaig pujar les escales de l’habitació per canviar-me de roba i posar-me còmode.
Vaig sentir sorolls a l’estudi, però no en vaig fer cas. Quan vaig obrir la porta, em vaig quedar glaçada en veure la imatge representada pel meu marit i la meva millor amiga. Estaven junts i el primer pensament que em va venir va ser “Què fan aquí sols?”.
Vaig sortir corrent, en Miquel i la Susanna cridant-me i sentia que m’anaven al darrere, vaig agafar el cotxe i vaig marxar sense mirar enrere.  
Recordo com si fos ara aquell dia, em van passar mil imatges al cap, algunes eren inconnexes, altres sense sentit; els veia junts al nostre llit, fent-se petons, abraçant-se, acariciant-se. Estava completament angoixada, pensant en el pitjor, així que vaig decidir deixar el meu marit i no voler saber res més de la meva amiga.
Aquell dia vaig anar a dormir a casa dels meus pares i no els vaig explicar res. Ells tan comprensius amb la seva filla em van deixar tranquil·la i van pensar que el que tenia ja em passaria.

El dia següent vaig anar a treballar, igual que sempre, era un dia com un altre. Quan es va acabar la jornada, em vaig adonar que havia d’anar buscar roba a casa, ja que havia marxat sense pensar. Tenia un munt de trucades perdudes i missatges d’en Miquel i la Susanna. No els vaig mirar ni escoltar; no m’interessava res que em poguessin dir. No tenia ganes de sentir excuses ni mentides. Tot havia estat un engany.
Era vespre-nit, la casa estava silenciosa. Semblava que no hi hagués ningú. M’havia assegurat que en Miquel estigués fora perquè era un dijous i tenia partit de tennis al club.
Quan vaig encendre el llum de la sala d’estar, de cop, vaig sentir un munt de veus que em cantaven “Happy birthday”; en aquell instant, em vaig adonar que era el meu aniversari, me n’havia oblidat completament.