viernes, 8 de febrero de 2013

Alexandra

Lo conocía desde que era pequeña, era el hijo de unos amigos de mis padres. Siempre estábamos juntos y compartíamos muchos momentos; excursiones, comidas familiares, celebraciones…
Al principio éramos amigos porque jugábamos, íbamos en bici, nadábamos en la piscina de sus padres. Ellos tenían una casita acogedora en la costa y todos los veranos nos invitaban a pasar unos días, me lo pasaba fantásticamente allí sin pensar en nada, sólo en divertirme.
Nuestros padres nos hacían fotos y eran como pequeños retazos de risas y alegría. Lo consideraba mi mejor amigo en todos los aspectos. Mis compañeras de colegio tenían mejores amigas y yo tenía a Dani. Él iba a un colegio de niños y yo de niñas, así que el único contacto que teníamos con el sexo opuesto era el que teníamos entre nosotros. Por eso era como un tesoro nuestra amistad y también nuestro secreto.
Nos hicimos mayores, cada vez nos veíamos menos. Él empezó la carrera de arquitectura en Barcelona y yo estudié magisterio en lengua extranjera en la universidad de mi ciudad. Así que nos fuimos distanciando. Al principio nos llamábamos con frecuencia, después nos enviábamos mails, finalmente sólo sabía de él a través de “Facebook”, una foto de sus amigos con él, una cena de compañeros de universidad, una foto de una discoteca bebiendo y riendo. Mientras, intentaba olvidar nuestra amistad e intentar conocer chicos, todos eran comparados con Dani y no había ninguno que podía competir con él. Así que me decidí a pedir una beca para ir a Londres, necesitaba mejorar mi inglés y me pareció un momento oportuno para pasar un tiempo fuera de casa.
Inglaterra es un gran país y su capital es sorprendente. Vivía en un piso compartido con estudiantes de diferentes nacionalidades; una italiana, una portuguesa, una francesa y yo. Así que más o menos nos entendíamos. Las lenguas son parecidas en vocabulario y estructura y si no entendíamos alguna palabra, la podíamos traducir al inglés. Me hice muy amiga de ellas. Todas queríamos enseñar inglés en nuestros respectivos países. Sin embargo, antes de acabar el curso, la misma academia me ofreció una plaza de profesora de castellano y como tan sólo  me quedaban unos exámenes en España, acepté el trabajo. Me gradué y volví para instalarme en Londres definitivamente.
Siempre había pensado que sería maestra de inglés en un colegio en España, nunca hubiese pensado que me encantaría enseñar español para extranjeros, pero es lo que hacía y se me daba bien. Conocí a Alan, el típico inglés, se parecía a Hugh Grant. Lo recordáis en “Notting Hill” con Julia Roberts, pues era igual de encantador y cortés. Tan atento y tan comprensivo.  Era abogado y pensaba hacer carrera política. Era el ideal de hombre para una mujer como yo.
Siempre había tenido debilidad por las españolas de pelo largo oscuro, ojos enigmáticos y piel olivácea. Los besos eran breves, a veces, otras eran suaves y otras tan apasionados que me perdía en sus labios y lo que me llegaba al corazón es que me trataba como una princesa. Me daba cuenta que lo comparaba con Dani, y veía más diferencias que similitudes. Lo que los hacía tan distintos era que Alan me hacía sentir como su amante y con Dani nunca me había pasado.  Paseábamos por “Greenwich Village” e íbamos a pubs para tomar una cerveza, me invitaba siempre como el perfecto caballero inglés. A veces me recordaba el comportamiento que tenía Colin Firth en la película de Bridget Jones; aunque no me parecía en nada a ella, pero Alan era una mezcla de los dos hombres de la protagonista.
Compartía piso con Hèlene, la compañera francesa que también había decidido quedarse a enseñar francés, en vez de regresar a su país. Salíamos siempre que podíamos, y visitamos un montón de sitios: Stonehenge, Salisbury, Bath, Brighton, Canterbury, Cambridge, Southampton, Oxford… Inglaterra tiene unos paisajes, monumentos, palacios, parques, bosques y castillos magníficos. Nos encantaba el “shopping”, hay tantas tiendas para admirar, revolotear, curiosear y los “markets” son preciosos; hay de antigüedades, de artesanía, de comidas artesanales…Nos acostumbramos a comer “fish and chips” y a tomar el te con un pequeño “brownie”. Fue una experiencia increíble, recomiendo a quien quiera aprender inglés y experimentar la cultura y tradiciones inglesas que pase un tiempo en el país, ya que tiene un encanto especial. Además es completamente diferente a España y a sus costumbres.
Así que no tenía intención de volver a mi país, excepto por vacaciones para visitar mi familia.
Unas navidades volví a casa para celebrar estas fiestas tan arraigadas, dicen que es una época de reencuentros. Un día mis padres invitaron a sus mejores amigos. Así que vi a Dani, estaba realmente muy atractivo con una camisa azul celeste, unos tejanos que le sentaban como un guante y una sonrisa cautivadora. Mis padres me habían explicado que Dani viajaba por todo el mundo, trabajando en proyectos arquitectónicos, se ganaba la vida muy bien. Estaba como siempre juguetón conmigo, haciendo bromas y comentando chistes. Recuerdo que tenía un i-phone y no paraba de enviar “watsup”, pero no le hice ni caso; muchos estamos enganchados a las nuevas tecnologías, suponía que Dani no tendría porqué ser  una excepción. En aquel momento llamaron a la puerta de casa de mis padres y me tocó abrir a mí, como siempre. Me encontré un chico guapísimo en la entrada y pensé que me lo quedaría como regalo de Reyes. En ese momento, Dani vino hacia mí y me dijo: -Te presento a Max. Quería que os conocieseis porque siempre has sido mi mejor amiga y él es el amor de mi vida.  

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