viernes, 22 de febrero de 2013

Francesc

Era muy joven cuando la conocí, estaba estudiando cuarto de eso, tenía quince años. Ella y su familia eran nuevos, se habían trasladado hacía poco, así que era el primer año que coincidíamos en clase.
Vivía en un pequeño pueblo interior de los Pirineos, no tenía nada de especial, lo único por lo que éramos conocidos a nivel nacional era por los deportes de invierno. Aparte de una conocida estación de esquí; teníamos un gran equipo de hockey hielo masculino y un importante equipo de patinaje femenino.
Yo no formaba parte de él, nunca me había sentido a gusto con el deporte.  De pequeño, no había tenido habilidades ni capacidad para la gimnasia, donde me encontraba a gusto y en mi mundo particular era en la biblioteca del colegio para hacer los deberes, o simplemente leía aventuras de ficción y me transportaba a esos mundos mágicos que sabía que no existían y que sólo eran producto de mi imaginación desbordada. En esas aventuras, podía convertirme en cualquier héroe de película y siempre había una chica valiente e intrépida que me ayudaba a llevar a cabo cualquier hazaña.
Así que cuando conocí a la chica nueva, volví a soñar despierto.
Se llamaba Suzanne y era francesa. Era muy presumida, siempre llevaba los pantalones estrechos y ajustados a su cuerpo, tenía unas curvas maravillosas,  como eran de cintura baja, a veces se le veía el “tanga”, una chaqueta y botas de cuero y tops “desigual”. Tenía un “piercing” en la nariz y un tatuaje en una parte del cuello que tenías que fijarte mucho para ver lo que ponía. Me acuerdo que cuando lo leí, me quedé de una pieza, porque me pareció muy sugerente; la palabra estaba en inglés y decía “freedom”.  Se dedicaba en cuerpo y alma a su pasión, el patinaje. Cuando la vi por primera vez en la pista, parecía que flotaba, iba tan deprisa que volaba. Se la veía fuerte, segura de sí misma, concentradísima, para mí era perfecta.
Nunca habíamos hablado porque ella estaba en el grupo popular, el de los deportistas, los cuáles no se mezclaban con los que no lo eran; si eras un “empollón”, un músico, un forofo de la informática, un dibujante de cómics…ya no podías entrar en este grupo de élite.
La contemplaba de lejos con admiración. Siempre en la distancia, nuestros mundos y nuestras vidas eran demasiado dispares para que hubiese cualquier oportunidad para entablar una simple conversación o empezar una amistad.
Un domingo que había competición en el pueblo, fui al pabellón únicamente para ver la coreografía que tenía que ejecutar su equipo, en la cual, ella era la protagonista. Iba vestida de ángel, con un precioso vestido blanco, radiante, plateado. Fue una coreografía sorprendente porque los ángeles buenos luchaban contra las fuerzas del mal representadas por los ángeles caídos
Estando allí, me imaginé bailando con ese ángel, representado por Suzanne, una chica de gran belleza y corazón puro. Estaba magnífica con su melena castaña larga y sus ojos verdes almendrados. Tenía la mirada perdida en sus movimientos suaves, a veces lentos, otros eran rápidos de seguir.
De repente, una mano se posó en mi hombro. Era mi amigo, Edu, un chico apasionado por los cómics, siempre estaba dibujando y haciendo ilustraciones de historias. Me invitó a una fiesta que hacían después de la competición. Me convenció para acompañarlo.
La fiesta se celebraba en casa de un jugador de hockey. Cuando llegamos ya estaba en su apogeo, el ambiente era apocalíptico. Un grupo explicaban chistes;  otro grupo hacía competiciones de bebida, otros jugaban a juegos de mesa, otros charlaban…los más atrevidos se besuqueaban en rincones íntimos.
No me importaba nada de lo que veía, sólo quería encontrar a Suzanne ya que era el momento perfecto para decirle que me gustaba o simplemente para hablar con ella.
De repente la vi, con sus amigas. Las llamábamos “Las patinadoras”, todas eran guapas, con un físico impactante y unas sonrisas increíbles. Parecían tener el mundo en sus manos.
Me acerqué para hablar con ella, estaba nervioso y las manos me sudaban. Sin embargo me atreví a saludarla, en seguida me contestó y me dijo que ya se había fijado en mí ya que íbamos a la misma clase. Me preguntó si quería acompañarla al jardín que necesitaba aire fresco, así que salimos fuera cogidos de la mano, era como un sueño. De repente, ella se paró, y me dijo que hacía tiempo que tenía ganas de estar a solas conmigo, se acercó y me besó en los labios suavemente, en ese instante floté, con los ojos cerrados volé al paraíso. Era como una de esas historias que me imaginaba; ella era mi princesa y yo su caballero. En ese instante, comprendí que los sueños se pueden convertir en realidad y que a veces, éstos superan la ficción.
El primer beso nunca se olvida, aún ahora pienso en lo que sentí con Suzanne, mi primer amor.

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