jueves, 21 de febrero de 2013

Vanesa

Desde pequeña había tenido la fijación de encontrar a un príncipe azul, me rescataría de una vida aburrida, me pediría que me casara con él, vendrían los hijos y viviríamos una vida plena y feliz. Creía que era el único modelo a seguir; conocer a un hombre y entrar en la sociedad como la familia modelo.  Estaba completamente equivocada, pero cuando eres joven e idealista, lo ves todo de color de rosa; a partir de experiencias, la vida se encarga de demostrarte que todas las relaciones están llenas de matices y que no sólo existe el blanco o negro.
Así que siguiendo este modelo fijo de vida familiar perfecta, me casé con Ricardo siendo muy joven, demasiado, sin experiencia en la vida y sólo habiéndolo conocido a él como novio. Fue mi primer amor, mi amante, mi compañero.
Tenía dieciséis años cuando conocí a Ricardo y él ya había cumplido los veinticinco. Era musculoso, atlético, fuerte, su cuerpo irradiaba una energía magnética que me atrapó en seguida. No tenía estudios, pero no me importaba que nuestros mundos estuviesen a años luz. Mis padres siempre se opusieron a nuestra relación; por la edad, por la experiencia, por los estudios. En realidad había un montón de razones para creer que era una locura; pero yo me enamoré locamente de la imagen que me había formado de él. Lo veía como mi héroe; me protegía mucho. En esos momentos pensaba que la protección era amor, con el tiempo me di cuenta de que no. Él trabajaba como albañil, pero tenía ambición y siempre me decía que su deseo era tener su propia empresa de construcción. Mientras tanto yo estudiaba enfermería. Los fines de semana salíamos con sus amigos; dejé de lado a las amigas de toda la vida. En aquella época, pensé que era lo más normal.
Cuando acabe los estudios, nos casamos en seguida y nos fuimos a vivir a un pueblo pequeño donde toda la gente se conocía. Creía que era lo mejor para nuestra hija y para construir una vida tranquila y sana en común. Elisabeth no tardó en llegar a nuestras vidas, quizás las madres no somos muy objetivas respecto a los hijos. Es ”Lizzy” para los amigos, mientras que para la familia es Eli. Cuando era muy pequeña tenía como modelo a la protagonista de una serie americana llamada “Lizzy Mcguire”. Tiene el pelo castaño claro y los ojos azules que los ha heredado de mi padre. Siempre sonríe y está alegre. A veces, me doy cuenta que vivo a través de su energía que no se agota nunca. Sigue siendo pequeña, apenas seis años, sin embargo es lista y tiene una imaginación desbordante. Este curso ha empezado primero de primaria; cuando hablé con su maestra, me dijo que Eli tenía aptitudes para el dibujo, así que le regalamos unos cuadernos, con pinturas para que pudiese desarrollar su creatividad en casa.
Íbamos a todos los sitios juntos, no hacía nada sola, siempre Ricardo conmigo. Creía que era porque me quería y hubiese ido al fin del mundo conmigo. Estaba realmente equivocada porque eran celos y posesividad hacia mí. Dicen que el amor es ciego; en mi caso lo fue realmente y no me di cuenta hasta que conocí a  Roberto. Ejercía la medicina general en el pequeño consultorio público donde trabajaba. Así que era la enfermera que le ayudaba a atender los pacientes. Me encargaba pruebas, recetas…me lo pedía con una amabilidad inusitada, así que me sentía valorada y útil.
No pasaba lo mismo en casa.
Llegó la crisis y Ricardo no había podido realizar el sueño de convertirse en su propio jefe en su proyecto de empresa.  Así que pasábamos días en los que no podíamos salir por falta de dinero y a veces no sabía cómo animarle. Y empecé a compararle con Roberto. Mi marido se convirtió en un ser sin motivación, y sin ambición. Quería lo que me podría ofrecer un médico, no un simple albañil. Estaba siempre nerviosa e irritada con Ricardo. Los únicos momentos que me sentía bien era en el trabajo.
Roberto empezó a coquetear conmigo, un simple roce, una mirada cargada de significado, un piropo… me hacía sentir deseada. O quizás era lo que quería pensar porque me sentía insignificante para Ricardo. Era como volver a sentir una inquietud y una excitación olvidadas. Me arreglaba más; compré vestidos “sexys”, me maquillaba para que se fijara más en mí.
Un día llegó a la consulta una chica despampanante. Llevaba el cabello recogido en un moño, vestía un traje de ejecutiva que parecía transmitir toda su seguridad. Tenía una mirada franca y sin tapujos me comentó que había venido a ver a su marido y cuando Roberto salió de su despacho y la vio, se acercó a ella y le dio un beso demoledor. En ese momento, lo vi todo claro, pensé, “es lo que tengo que hacer cuando llegue a casa, besar a mi marido como si fuera la primera vez, vivir mi realidad, tengo un marido, una hija; así que recuperar el deseo consiguiendo avivar el fuego subyacente que está en nuestro interior y volvernos a amar para siempre”.

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